TARWICHA INCAS FOOD
- JC LOPEZ Y ASOCIADOS LOPEZ
- 11 feb
- 4 Min. de lectura
Legado Incaico: innovación de los granos andinos. ¡Lo que se hereda se transforma!
“Empezar es también tomar en cuenta el legado que te acompaña para innovar y fortalecerte”.

Los andenes y los canales de riego en los campos de cultivo de Cusco nos impresionan con su moderna ingeniería y su visión del futuro, sostenibles y respetuosos con la naturaleza, al mismo tiempo que generosos con la comunidad. Desde las montañas, podemos admirar los vastos campos de maíz, el alimento fundamental de la dieta de los Incas, conocido por su profundo valor tradicional.
Además del sagrado maíz, encontramos otras maravillas como la quinua, la kañihua y el tarwi. Los Incas, con su sabiduría ancestral, construyeron almacenes especiales llamados colcas en zonas estratégicas de recolección de granos, como el complejo arqueológico de Huayllabamba en el valle de Urubamba. En esta tierra de andenes y cultivos excepcionales, cada mayo se celebra la festividad del maíz, marcando la cosecha de granos gigantescos, los más nutritivos de la región.
Sin embargo, el valor de los granos proteicos como el tarwi se estaba perdiendo; las nuevas generaciones estaban olvidando la importancia de estos cultivos ancestrales en su dieta. Ante esta situación, una heredera de la tradición andina, con abuelos nacidos en Huayllabamba, la tierra de los granos Incas, decidió recuperar el legado de su infancia y vida. Así nació Tarwicha, fundado por Dyana Carrasco Ortiz, con la misión de revalorizar los Andes y a sus agricultores.
¿Cómo fue tu infancia?
Crecí en Cusco, al lado de mis padres y mis abuelos. Tuve la fortuna de ver de cerca el trabajo de mis abuelos; ellos se dedicaban al proceso de molienda de granos y al manejo de las máquinas. Mi abuelo Belisario viajaba de pueblo en pueblo para revisar las máquinas y ayudar a las comunidades a transformar los granos de maíz, quinua, cañihua y tarwi. Despertaba muy temprano para atender los avisos de los comuneros y salía de casa llevando los sacos al hombro.
Tiempo después, mi abuelo construyó su taller de molienda. Era muy común ver a todos los agricultores del pueblo en nuestra casa. Mientras tanto, yo pasaba los fines de semana junto a mi abuela, vendiendo granos molidos en las ferias de la comunidad. Somos una familia trabajadora y con gusto por servir a nuestros vecinos.
¿En qué momento decides formar tu camino en la industria de alimentos?
Recuerdo una frase memorable de la ilustre lingüista Martha Hildebrandt: “Mientras mis compañeras en la universidad se fijaban en lo que no tenían, yo me enfoqué en lo que sí me respaldaba”. Esta reflexión me llevó a preguntarme: ¿qué tengo en mi familia? Descubrí la fortaleza del legado en la molienda de granos andinos. Decidí aprovechar esta riqueza familiar.
Como muchos jóvenes, tuve dudas al elegir mi carrera. Estaba decidida a emprender una profesión como la ingeniería industrial que me permitiera contribuir al campo social. Tomé la fortaleza que poseo para transformar los granos andinos y me especialicé en ingeniería industrial. Mi objetivo es innovar la presentación de los superfoods, para ingresar al mercado nacional e internacional.
Sin miedo al qué dirán, yo nací para innovar
La esperanza y alegría que reflejan sus ojos nos cautivan en esta entrevista, donde madre e hija, presentes, preparan con esmero sus productos: galletas, bebidas, barras energéticas y una variedad de nuevas creaciones que Dyana ha logrado desarrollar al transformar los granos andinos. Además, la imagen de sus bisabuelos y abuelos se revela en un álbum familiar, mostrando el taller de molienda de los Ortiz. Tres generaciones llevan este arte y práctica en la sangre, como si la memoria de los Incas se negara a extinguirse. Sin duda, los Ortiz son una imagen viva de la superación y la evolución familiar con un sueño en común.
¿Fue fácil emprender?
Tuve el privilegio de desarrollar un proyecto innovador durante un curso de proyectos empresariales en mi universidad. La propuesta de valor surgió al preguntarnos por qué las comunidades no exploraban otras formas de consumo del tarwi, un superalimento reconocido por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Con un 50 % de proteínas y un bajo requerimiento de agua para su cultivo, el tarwi tiene el potencial de revolucionar la alimentación.
En ese momento, decidimos tomar acción. Por ello, elaboramos panes a base de tarwi. Salimos a venderlos por las calles, visitando cada mercado de la ciudad con nuestros panes en la mano, como ambulantes, a pie y bajo el sol. En ningún momento nos preocupó el qué dirán; nuestra principal preocupación era comprobar la aceptación del producto.
¿Qué es lo que más te está costando afrontar?
Emprender es un camino desafiante, lleno de múltiples etapas y obstáculos. A veces me encuentro deseando un crecimiento más rápido: construir mi propia planta de producción lo antes posible, atender los pedidos internacionales con agilidad. Sin embargo, cuando buscamos avanzar rápidamente, comprendemos que emprender es un proceso gradual.
A pesar de tener propuestas de exportación, nuestras capacidades de producción eran limitadas. Me desmotivé. Afortunadamente, el apoyo inquebrantable de mi familia fue crucial. Hoy, gracias a su respaldo, estamos en pleno proceso de construir nuestra propia infraestructura de producción.
¿Cómo estás superando este proceso de emprendimiento?
El aporte más valioso que me ofrece emprender es, sin duda, el desarrollo personal. Existen dos versiones de mí: la que era antes de iniciar mi empresa y la que soy ahora.
Creo firmemente que la mente tiene un impacto profundo en nuestro camino; por eso, es crucial tener fe en cada decisión que tomamos. Presentar mis productos con seguridad me fortalece todos los días para cancelar dudas. Por eso creo que nuestros sueños deben ser más grandes que nuestros miedos. Estoy convencida de que el cielo no es el límite y que las mujeres podemos lograrlo todo.
Bien dice el dicho: "Aquello que se hereda, no se hurta". La tradición, la innovación y el propósito social de mejorar la alimentación de niños y mujeres en el campo impulsan los sueños de Dyana, la ingeniera que preserva el legado inca.